Una nueva mirada a la transformación de las fuerzas de la OTAN
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Anthony H. Cordesman analiza los motivos de la transformación de fuerzas en las dos orillas del Atlántico y los resultados obtenidos hasta ahora.
Poderío aéreo: los helicópteros de combate han demostrado ser fácilmente adaptables a una amplia gama de misiones contra el terrorismo y la insurgencia
Desde la primera guerra delGolfo, EEUU ha querido transformar los ejércitos de la OTAN en unasfuerzas convencionales de alta tecnología con el máximo númeroposible de elementos interoperativos. Y al mismo tiempo la Alianzaha procurado desarrollar capacidades adicionales para actuaciones“fuera del área” y de despliegue lejano de fuerzas – que en granparte siguen el modelo de las capacidades norteamericanas – de losque la Fuerza de Respuesta de la OTAN constituye el mejorexponente. En el sentido más general, ambos esfuerzos reflejan lacreencia de que tras la guerra fría la OTAN debe hallar una nuevarazón de ser a partir de las nuevas misiones y las nuevascapacidades para llevarlas a cabo.
Aunque la Alianza ha conseguido avances en ese sentido, lo ciertoes que consisten más en apariencias que en realidades. Crearinstituciones no es sinónimo de transformar las fuerzas, y mientraslos ministros acuerdan dar prioridad a su modernización y a lacreación de capacidades de despliegue remoto, la mayoría de losplanes y presupuestos nacionales de defensa muestran un progresomuy lento, una carencia permanente de interoperatividad y laincapacidad de desplazar y sostener algo más que un pequeñoporcentaje de fuerzas propias a lugares alejados de las fronterasnacionales. Los Aliados europeos gastan más de 220.000 millones dedólares USA en sus fuerzas, compuestas por 2,2 millones de soldadosen activo y 2,6 millones de reservistas. Pero la práctica totalidadde los analistas coinciden en que la mayor parte de sus compras noestán coordinadas adecuadamente y carecen de capacidadinteroperativa, y no les van a permitir aproximarse a losestándares tecnológicos y de capacidad de combate de EEUU. Además,solamente una pequeña parte de las tropas de la OTAN son realmentecapaces de desplegarse fuera de su territorio, y la mayoríaúnicamente resultaría de utilidad si Europa entrase en guerraconsigo misma.
Y al mismo tiempo ha surgido una competencia de facto entre laUnión Europea y la OTAN sobre quién debe planear y controlar lascapacidades de defensa europeas, especialmente las de reacciónrápida y despliegue lejano. Se han redactado numerosos acuerdos ydisposiciones para solucionar esas cuestiones, pero las tensionesaparecidas dentro de la Alianza a consecuencia de la guerra de Iraqhan empeorado la situación. Las diferencias entre Francia y EEUUsiguen latiendo bajo la superficie, a pesar de la reciente visitade reconciliación que el Presidente George W. Bush hizo a Europa, ypersonalidades de tanto nivel como el Canciller alemán GerhardSchroeder han manifestado que la Alianza “ya no es el principalforo para que los socios transatlánticos puedan discutir ycoordinar sus estrategias”. Parece que la OTAN se ha convertido enuna alianza en la que los Estados miembros tenderán a formarcoaliciones ad hoc en respuesta a las crisis y contingencias queaparezcan, más que a actuar al unísono.
Pero antes de celebrar los funerales de la Alianza o dar porfracasados sus esfuerzos de transformación de fuerzas, hay quetener en cuenta varios factores. En primer lugar no tiene nada demalo – ni implica una renuncia a las necesidades de seguridadeuropeas – que el principal interés europeo sea la integración yestabilidad del continente. Los conflictos que se han sucedidodurante interminables siglos demuestran la importancia que tiene elque Europa llegue a completar este proceso de cambio. Las dosguerras mundiales nos han enseñado que se trata de algo tanfundamental para el interés estratégico de Canadá y Estados Unidoscomo lo es para Europa. La OTAN no necesita conseguir una nuevamisión fuera de su territorio para reemplazar a la guerra fría,sino recordar que el propósito de una alianza transatlántica es laseguridad transatlántica, y en este aspecto Occidente ha conseguidohasta ahora un éxito permanente.
En segundo lugar, no constituye ninguna novedad que Estados Unidosse concentre en misiones de seguridad fuera de Europa o que lacooperación transatlántica se base en coaliciones o combinacionesde fuerzas “a la carta” más que en los dispositivos oficialesexistentes en la OTAN. La Alianza ha mostrado que conserva suimportancia en las intervenciones de Afganistán y los Balcanes,pero en los últimos cincuenta años casi todas las operaciones“fuera del área” en las que han participado fuerzas norteamericanasy europeas han consistido en combinaciones ad hoc de fuerzas deEstados Unidos y unos pocos países europeos. Además, un estudiorealizado por el Centro de Análisis Navales tras la guerra delgolfo señalaba que EEUU había desplegado fuerzas fuera del área dela OTAN en más de 240 ocasiones desde la fundación de la Alianzahasta el final de la guerra fría, y en más del 75 por ciento deellas no existió ningún tipo de participación europea.
Una Alianza en la que Europa se centra en Europa y Estados Unidosen el resto del mundo con el posible apoyo en cada caso particularde algunos países europeos podría resultar en la práctica el únicomodo de actuación para Occidente en la mayoría de laseventualidades. La función de la OTAN no es la de crear intereses opuntos de vista comunes. En muchas situaciones, buscar el consensode todos los Aliados puede ser una receta segura para la parálisis,y cualquier tipo de transformación de fuerzas a nivel de toda laAlianza no se puede llevar a cabo mas que de una forma cosméticaporque la mayoría – si no la totalidad – de los países europeos notienen verdaderos motivos para implicarse y pagar los costesasociados.
El simple hecho de que la OTAN resulte más útil como foro deseguridad común, que asegura un diálogo y cooperación adecuadoscuando dicha cooperación se considera necesaria y factible,constituye ya de por sí un logro importante. La “especialización”de Europa y Estados Unidos no es sino el reflejo de una realidad enla que las dos principales prioridades de EEUU en materia deseguridad son ajenas a Europa: la seguridad de Corea y laestabilidad en el Estrecho de Taiwán. Se trata de dos zonasmilitares en las que el papel de Europa puede ser como muchosimbólico. E incluso en el Golfo y en Asia Central el Reino Unidoes actualmente la única potencia europea con verdaderasposibilidades de desplegar y sostener fuerzas de cierta entidad“fuera del área”.
En tercer lugar, las prioridades para la transformación de fuerzasestán siendo modificadas. Incluso los “países ricos” tienenproblemas de presupuesto, y la contención del gasto estádemostrando ser una cuestión tan importante para Estados Unidoscomo para Europa, a pesar de la enorme ventaja norteamericana en elgasto militar global. Estados Unidos ha descubierto que no puedepermitirse muchos de los programas que pretendía incluir en surevolución en cuestiones militares: su fuerza aérea mantiene unacombinación de compras de aparatos totalmente insostenible; suinfantería de marina se ve hipotecada por el programa Osprey, cuyoobjetivo es desarrollar un avión más desplegable sobre el terreno,y tiene que afrontar restricciones de gastos en muchas otras áreasde su modernización de fuerzas; su ejército de tierra ha tenido queretrasar una década la compra de su nueva familia de vehículos decombate; y su marina se encuentra con lo que prácticamente todoslos expertos dentro y fuera de ella consideran como un enormeabismo entre sus necesidades teóricas de adquisición de unidadesnavales y lo que de verdad puede permitirse.
Estados Unidos se enfrenta a la misma realidad que cualquier otromiembro de la Alianza: no se pueden adaptar los presupuestos paracumplir las prioridades de transformación de fuerzas, sino que latransformación de fuerzas debe adaptarse a los presupuestos.Mientras no exista una amenaza convencional de similar potenciamilitar, el principal criterio a utilizar en la transformación defuerzas debe pasar a ser la factibilidad económica.
En cuarto lugar, resulta evidente que también están cambiando lascaracterísticas de las misiones. Todavía existen amenazasconvencionales importantes en Asia y Oriente Medio, pero EstadosUnidos ha reconocido en los parámetros de referencia de su últimaRevisión Cuatrienal de Defensa que esas “amenazastradicionales” representan sólo una parte del problema. Por esoeste país está dejando de centrarse en fuerzas convencionales dealta tecnología para pasar a una “matriz de cuatro dimensiones” enla que las amenazas irregulares, perjudiciales y catastróficastienen la misma prioridad. Las lecciones que nos han dado el 11-S,Afganistán e Iraq – y las perspectivas provocadas por laproliferación en Irán y de los grupos terroristas – han obligado aEstados Unidos a otorgar la misma prioridad a la guerra asimétrica,la contrainsurgencia, el antiterrorismo y la defensa del territorionacional. Y también le han forzado a reconsiderar la necesidad depotenciar la cooperación entre agencias, crear componentes civilesque puedan realizar tareas de seguridad nacional y asignar a lasfuerzas militares funciones dentro de las operaciones dereconstrucción nacional, pacificación y estabilización.
Hacer frente a amenazas irregulares, perjudiciales y catastróficassupone moverse en misiones en las que la tecnología puededesempeñar un papel fundamental, pero que implican una prioridadmucho menor para las nuevas plataformas de armamento de alto coste,los carísimos programas espaciales y los proyectiles de altaprecisión. Por ejemplo, la guerra de Iraq demostró que la calidadde la Inteligencia, Vigilancia y Reconocimiento (IS+amp;R)resultaba mucho más importante que tener los aviones más modernos,y que la guerra de precisión podría hacerse utilizandoprincipalmente bombas guiadas por láser o GPS.
Muchas de las críticas que sufre latransformación de la OTAN pueden deberse a unas premisasestratégicas y prioridades erróneas
También demostró que las principalesplataformas de armamento existentes no sólo seguían siendo igual devaliosas, sino que podían adaptarse perfectamente a las nuevasmisiones. Sistemas como el carro de combate pesado M-1A1 o elvehículo blindado Bradley no solamente contribuyeron a batir a lasfuerzas convencionales iraquíes sino que han resultadoimprescindibles en la lucha urbana y las operaciones decontrainsurgencia. Los helicópteros de ataque y aviones notripulados han demostrado ser fácilmente adaptables a una ampliagama de misiones antiterroristas y de contrainsurgencia. Y losaviones de combate actuales pueden hacer frente a las amenazasaéreas en países en vías de desarrollo, y con un armamento deprecisión relativamente simple no sólo pueden mantenerse fuera delalcance de las defensas antiaéreas, sino también atacar objetivosterroristas e insurgentes en entornos urbanos. Sistemasrelativamente antiguos como el A-10 Warthog han demostrado quesiguen teniendo mucha utilidad y es posible que se les someta a unaactualización.
Y lo que es más importante, los conflictos de Afganistán e Iraqhan evidenciado la importancia de la formación del personal, laexperiencia en áreas específicas, las unidades mixtascívico-militares y un conjunto de capacidades asociadas al“elemento humano”, a los hombres y mujeres de uniforme, y no a losequipos. La lucha antiterrorista y contra la insurgencia, lapacificación y la reconstrucción nacional requieren una grancantidad de personal muy capacitado, y representan áreas en las quelas fuerzas europeas actuales pueden desempeñar un papelprotagonista en aquellas situaciones en las que los paísesimplicados perciban una necesidad común. Las fuerzas especiales, lapolicía militar, los traductores, los equipos combinadoscívico-militares, los expertos en inteligencia, las unidades deingenieros, las de servicios de apoyo o los helicópteros detransporte constituyen buenos ejemplos de los perfiles“transformadores” que se requieren en mucha mayor medida quesistemas de elevada tecnología.
La defensa y la respuesta ante ataques terroristas contra elterritorio nacional también implica una nueva combinación defuerzas militares regulares, paramilitares, policiales y deservicios de urgencia. En estos aspectos las capacidades civilespueden llegar a ser como mínimo tan importantes como las militares,y la necesidad de mayores recursos implica una “transformación” enel sentido más amplio del término. Los expertos en luchaantiterrorista y en seguridad tecnológica e informática, laprotección de infraestructuras críticas, las instalaciones médicasespecializadas y los servicios de emergencia, como los bomberos,resultan tan importantes para la seguridad nacional como lasfuerzas militares. Y en estos campos Europa suele tener iguales omejores capacidades que Estados Unidos, además de que existe unamayor proporción de prioridades y necesidades transatlánticascomunes que en operaciones “fuera del área” o de despliegue lejanode fuerzas. Si el terrorismo desemboca en una combinación deamenazas irregulares y catastróficas, tal y como temen muchosexpertos, la cooperación transatlántica resultará todavía másnecesaria. Y eso implicaría transformar y potenciar muchos de losnuevos esfuerzos de la OTAN en áreas como la lucha antiterrorista ydarles un mayor protagonismo en algunas facetas de la defensa delterritorio nacional.
En resumen, muchas de las críticas que sufren los esfuerzos detransformación de la OTAN pueden deberse a unas premisasestratégicas y prioridades erróneas. Las diferenciastransatlánticas no van a desaparecer. En muchos de los casos –probablemente en la mayoría – Europa y Estados Unidos no van allegar a un acuerdo para un conjunto de misiones “fuera del área”de la Alianza. Y las fuerzas europeas no van a transformarse hastael punto de alcanzar el nivel de tecnología o capacidad dedespliegue que tiene Estados Unidos y que sus ministros hanacordado oficialmente.
Pero estas diferencias no constituyen ninguna novedad, y el efectounificador y cohesionador de la guerra fría en realidad tiene muchode falsa nostalgia y distorsión de la memoria histórica. La OTANsufrió varias “crisis transatlánticas” sobre cuestiones como laeliminación de la ayuda militar estadounidense del Punto Cuatro; lanegativa norteamericana a apoyar operaciones coloniales “fuera delárea”; los intentos de evolucionar a opciones nucleares de teatroprimero, y de retorno a las fuerzas convencionales después; laretirada parcial de la Alianza de De Gaulle; el papel de EEUU enVietnam; el despliegue de los Pershing II y de los misiles decrucero sobre lanzaderas terrestres; y la planificación del Tratadosobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa y las ReduccionesMutuas y Equilibradas de Fuerzas. La OTAN no ha seguido nunca unúnico plan de fuerzas de forma unificada, ni siquiera en unacuestión tan esencial como la que representó en su día eldespliegue de defensas antiaéreas terrestres de la RegiónCentro.
Si se juzga a la Alianza por los parámetros del mundo real,difícilmente podremos considerarla un éxito, pero desde luego no hasido en absoluto un fracaso. Además, existen muchas másoportunidades factibles para realizar la transformación de fuerzasque necesitan la mayoría de los países de lo que parecen creermuchos analistas militares que se centran únicamente en lasamenazas tradicionales. La OTAN debería reevaluar completamentemuchas de sus prioridades actuales para la transformación de susfuerzas, pero aún así ha conseguido bastante buenos resultadoshasta ahora. Lo que de verdad necesita la Alianza para el futuro esun poco menos de prepotencia por parte de Estados Unidos, un pocomenos de polémica por parte de Europa, y un mucho más de realismoestratégico respecto a lo que la OTAN puede y debehacer.
Anthony H. Cordesman, actualmente titularde la Cátedra Arleigh A. Burke de Estrategia en el Centro deEstudios Estratégicos e Internacionales de Washington, fue miembrodel Secretariado Internacional de la OTAN y autor del librorecientemente publicado “La guerra de Iraq: estrategia, tácticas ylecciones militares” (Praeger Publishers, Westport, CT,2003).