"Fin De Siglo: Las Oportunidades Y Los Riesgos"

Conferencia del Excmo.Sr.D. Javier Solana<br />Secretario General de la OTAN<br />Universitat Pompeu Fabra

  • 06 Oct. 1997 - 01 January 0001
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  • Last updated 05-Nov-2008 05:27

Ante todo quisiera agradecer la oportunidad que me brindan el Rector, mi amigo el profesor Enric Argullol, y el claustro de dirigirme a ustedes, al inicio del curso académico, para compartir algunas ideas y experiencias en esta joven Universidad.

En estos momentos no puedo dejar de evocar mis recuerdos y mi paso durante años por las aulas universitarias, como estudiante, investigador e impartiendo clases, después, aunque sobre materias bien distintas del tema que hoy quiero evocarles.

Me es especialmente grato hablarles de las oportunidades y los riesgos que afrontamos en este fin de siglo, en particular al inicio de un curso académico que, estoy seguro, no será igual que los demás.

Durante el curso que hoy inauguramos se producirán acontecimientos de magnitud extraordinaria para el futuro de todos, de España y de Europa. La entrada en vigor de la moneda única y el inicio del proceso de la ampliación de las instituciones europeas y aliadas son, sin duda, los más destacados.

Pero, vayamos poco a poco y por partes. La Universidad Pompeu Fabra nació en 1990, cuando yo era Ministro de Educación. Me acuerdo muy bien de ello y de cuando tu y yo, rector, hablamos por primera vez del proyecto. Nació con una vocación, que ha sabido preservar, de servicio público a la sociedad catalana. Sin renunciar nunca a una gran calidad de la enseñanza que, podría decir, se ha convertido en su principal emblema.

En sus breves siete años de historia, esta universidad, en pleno proceso de expansión, tiene ya en su haber una de las mayores tasas de empleo de sus recién licenciados. Qué mejor prueba de que desde aquí ustedes saben conectar con la sociedad y ofrecer lo que reclama y necesita.

La vocación urbana de esta institución es también digna de mención. En contraposición con los campus aislados de las ciudades, ustedes han apostado por un centro académico en pleno corazón de Barcelona, que ocupa desde las Ramblas hasta el parc de la Ciutadella. Incluso su ubicación les ayuda a salir del marco tradicionalmente cerrado para conectar más directamente con la realidad, con la cotidianeidad.

El título de mi intervención me ofrece la oportunidad de reflexionar brevemente sobre lo que ha significado para nuestro país el siglo que está a punto de finalizar. Pero, sobre todo, me permite abordar, en un ambiente de mayor optimismo, como nos trazamos unos objetivos concretos y más alcanzables, en un mundo en vertiginoso proceso de cambio.

Me permitirán, no obstante, que, en primer lugar, comparta con ustedes algunas reflexiones que me aproximen más, siquiera sea coyunturalmente, a mi específica condición española.

 

Bien podemos decir que si para muchos éste ha sido un siglo corto, para nosotros ha sido cortísimo, o larguísimo, según se mire, ya que en ciertos aspectos significativos hemos tenido que transitar, en apenas dos décadas, del siglo pasado al siglo próximo.
Algunos de los que están aquí probablemente no han vivido más que estas dos décadas, pero no deben olvidar que son, ni más ni menos, el período más largo de paz y prosperidad que ha tenido España en todo el siglo. Los que se hallan en los primeros cursos académicos, pertenecen a la primera generación de españoles que no conocen más que el sistema democrático.

Precisamente, ahora que acaban de cumplirse veinte años de las primeras elecciones que nos devolvieron la democracia, gracias al esfuerzo de toda una generacion, nos encontramos en un país totalmente distinto. Nuestro pais se ha incorporado a tiempo a la revolución tecnológica; ocupa el cuarto lugar del mundo en tasa de escolarización; ofrece a todos sus jóvenes una educación secundaria, y a más de la tercera parte una enseñanza universitaria, en la que más de la mitad del alumnado son mujeres; figura entre los cinco primeros en esperanza de vida; ha encauzado, aún con dificultades, la cuestión territorial; se sitúa entre los que más han reducido la desigualdad social y territorial en las dos últimas décadas. Un país que prácticamente ha resuelto la forma de Estado, ha dejado atrás el problema religioso y ha consagrado definitivamente el poder civil.

No miramos ya hacia el pasado o hacia dentro de nosotros mismos, sino hacia fuera y hacia un futuro que estamos también nosotros construyendo. La España actual mira al bienestar y a la cohesión, al euro y a la Unión Europea, al cambio tecnológico y a la modernidad, a la seguridad compartida y a la calidad de la democracia.

Pero, habitualmente, los países más avanzados, estables y creativos han ofrecido a cada una de sus generaciones la oportunidad de llegar más lejos que la precedente, de fijarse a sí misma nuevos retos, de llevar algo más allá una nueva frontera. La combinación de un rumbo fructífero y continuado con el surgimiento de nuevas ideas y proyectos y la acumulación de energías en torno a los mismos han sido la base más segura de un progreso sostenido.

Históricamente, sin embargo, la sociedad española no ha ofrecido esa posibilidad a sus gentes, y lo habitual ha sido, por el contrario, la discontinuidad. Muy frecuentemente, una generación ha deshecho o desdicho lo realizado por la anterior, y muchas veces la nueva frontera no ha podido sino volver a retomar un rumbo previamente frustrado.

Casi me atrevería a decir que ustedes, los estudiantes de esta universidad, son la primera generación que puede construir sobre lo que se ha preservado de la anterior. Esta circunstancia, que ahora es un privilegio, no lo debería ser nunca jamás.

Permítanme que regrese al nexo inicial de mi intervención. Nos hemos adentrado ya en un mundo nuevo. Un mundo distinto, cuya característica esencial es que se trata de un mundo único, global. Un mundo del que todos formamos parte, pero que no a todos pertenece por igual. Un mundo con crecientes posibilidades, si bien no están repartidas con justicia y equidad. Un mundo que será inseguro si no somos capaces de comprender correctamente el significado profundo de la seguridad y trabajamos adecuadamente para implantarla.

En esta última parte del siglo XX hemos cambiado el mundo de la mano de las transformaciones tecnológicas, del crecimiento de la población, de la globalización de la economía y de la información y de las consecuencias de la caída del muro de Berlín.

Hoy vivimos en un mundo globalizado, en el que no sólo han caído los muros físicos, sino también los económicos, los mediáticos y los culturales.

Desde hace varias décadas hay en marcha al menos tres grandes revoluciones culturales: la igualdad de los derechos asumida por la mujer, la emergencia de una conciencia ecológica planetaria y el reforzamiento de las identidades culturales e históricas, nacionales, regionales y locales.

La conciencia que la mujer han asumido de su igualdad de derechos en todos los ámbitos ha socavado las fundaciones milenarias de la sociedad patriarcal. Esta transformación cultural, apoyada en la entrada masiva de las mujeres al trabajo remunerado, tiene enormes repercusiones en el mercado laboral, en la familia, en la sexualidad, en la personalidad y en la política. Es una gran transformación positiva, pero requiere la adaptación del conjunto de nuestra sociedad.

La emergencia de una conciencia ecológica planetaria cambia la relación entre la sociedad y la naturaleza y afecta cada ámbito de nuestro modo de vida.

Por su parte, el reforzamiento de las identidades culturales en ámbitos distintos agrandan positivamnte el pluralismo. No en vano, identidades rechazadas y excluidas son fuentes de fundamentalismo.

Otra gran dimensión de la globalización es la mediática, la revolución de las tecnologías de la información. Desde la década de los setenta, las transformaciones se han desarrollado sin cesar: primero cambió la tecnología militar, después las telecomunicaciones y el transporte, posteriormente el sistema financiero, más tarde la industria, los servicios, hasta llegar a los medios de comunicación, el ocio, el trabajo, la educación y la vida cotidiana.

Internet es ya un instrumento de comunicación global. Se trata de un ejemplo de un fenómeno que, aunque de momento incluye sólo a una élite de 80 millones de usuarios, crece de forma exponencial.

Otros ejemplos nos ayudarán a comprender el proceso en que estamos inmersos.

La población mundial se incrementa cada año en una cifra equivalente al total de habitantes de México y cada diez años nace, por así decirlo, una nueva China, unos 1.000 millones de personas.

Todos somos conscientes de que la distribución de la población y los recursos no siguen caminos paralelos. Tendremos que hacer frente a problemas de sobrepoblación y a movimientos migratorios masivos como no se han visto desde hace siglos.

Cinco países cuentan hoy con la mitad de la población mundial: China, India, Brasil, Indonesia y Rusia. Su participación en el comercio mundial no alcanza el ocho por ciento. Una situación ciertamente insostenible en un plazo relativamente breve.

La transmisión instantánea de la información permite que cada día se cambien en el mercado financiero mundial más de 1,2 billones de dólares, es decir el Producto Interior Bruto de Francia. Esta cifra representa el 85 por ciento de las reservas de divisas mundiales y es 6.000 veces mayor que a principios de los años ochenta. Las transacciones de capital constituyen el 97 por ciento del valor de todo el comercio mundial.

Las multinacionales de la producción se han convertido en pieza esencial de esta globalización, de tal forma que el comercio entre las empresas filiales y la casa madre es un tercio de todo el comercio mundial.

La reducción de los costes de transporte de mercancías e información ha sido también espectacular. Por ejemplo, tres minutos de conversación entre Nueva York y Londres costaban, en 1930, 300 dólares, en dolares de 1990. Hoy, cuestan menos de tres.

La situación en que vivimos produce ciertas angustias, inevitables por su impacto sobre el empleo. No me extenderé en ello, pues sería objeto por sí sólo de una conferencia entera. A mí, que me queda todavía mucho de profesor universitario, se me hace imprescindible subrayar la creciente importancia de hacer un esfuerzo masivo en educación, investigación y desarrollo tecnológico. Sólo así podremos tratar de dominar el futuro.

Es este nuevo mundo cargado de posibilidades y de perplejidades el que tenemos que hacer más seguro. Pero con un concepto de seguridad más amplio e integrador a la vez. La seguridad ya no puede ser sólo defensiva o militar. Tiene que abarcar otros campos. La seguridad es un todo que incluye la economía, el comercio internacional, la ecología, el derecho de las minorías.

La seguridad debe ser básicamente humana. La defensa de los derechos del hombre debe estar en el centro de nuestras preocupaciones. En los últimos tiempos hemos visto como se han multiplicado las actuaciones con carácter humanitario, más allá de los intereses individuales de cada pais.

Un buen plantel de instituciones está a nuestra disposición para garantizar este nuevo concepto de seguridad. Muchas de ellas surgen de las consecuencias de la segunda Guerra Mundial. Han sido útiles hasta ahora, pero para que lo sigan siendo tienen que adaptarse a una nueva realidad. Si no lo hacen perderán transcendencia e incluso su propia razón de ser.

Como europeos, dos de entre ellas tienen que preocuparnos de manera fundamental: la Unión Europea y la Alianza Atlántica. Me centraré en ellas porque han determinado los últimos 50 años de la historia de nuestro continente, nuestra historia común, y porque son esenciales para comprender la Europa de fin de siglo.

La Guerra Fría suponía un orden. Su fin no ha traído aún un nuevo orden mundial, pero tampoco un nuevo desorden. Estamos ante una Europa más segura pero menos estable, por muy paradójico que este enunciado pueda parecerles.

Merece la pena recordar que desde el final de la segunda Guerra Mundial hasta el final de la década de los 80 no hubo que contabilizar en Europa ninguna víctima de guerra. En lo que llevamos de década, sólo debido al desmembramiento de la Unión Soviética y de la ex-Yugoslavia se han producido decenas de millares de muertos. Chechenia y Bosnia son nombres que deben quedar grabados en nuestra memoria.

Sólo con unas instituciones fuertes seremos capaces de hacer frente a las inestabilidades y a los desafíos a los que nos confronta diariamente el todavía desconocido nuevo orden mundial. Una razón más que nos obliga a tener que desarrollar y ampliar nuestro propio concepto de seguridad.

Dos grandes acontecimientos, de suma importancia, marcarán el horizonte del año 2000. En el ámbito de la Unión Europea, la introducción de la moneda única y la ampliación hacia el Centro y el Este de Europa. En el ámbito de la Alianza Atlantica, estamos inmersos en una profunda transformación con un objetivo: fraguar una nueva Alianza para una nueva Europa.

No me voy a detener en exceso sobre la moneda única, ya que todos somos conscientes de las enormes implicaciones de su entrada en vigor. Pero hay varios elementos que no puedo dejar de comentar. Es preciso ver este proyecto no sólo como un hito, un enorme hito económico, sino también, como un hito político. El nacimiento de la Unión Económica y Monetaria puede poner en marcha un proceso de integración política que supere el marco alcanzado hasta ahora en la Unión Europea.

Con este proyecto, Europa va a vivir horas importantes, las más decisivas de las últimas décadas. La moneda única incidirá notablemente en el peso exterior de la Unión, al sumar una dimensión monetaria y financiera a la ya primordial dimensión comercial que tiene.

Más allá de otros avances en materia de política exterior común, una moneda única permitirá a Europa adquirir estatus de potencia económica y política en vez de seguir limitándose a su condición de espacio.

Europa tiene ante sí la posibilidad de dejar de ser escenario para convertirse en actor. No debe desaprovecharla.

La Europa de Schuman y Monet se inició poniendo en común actividades económicas. De ahí surgió la necesidad de avanzar en el ámbito de la política. Maastricht ha sido su límite. La cumbre de Amsterdam, a mi parecer, lo ha puesto de manifiesto. Será necesario un nuevo salto en la puesta en común de políticas económicas --la moneda única-- para poder seguir avanzando por el camino de la integracion política.

Cataluña ha entendido siempre, quizas más que ninguna otra parte de España, la necesidad de una sólida construcción europea, en la que en todo momento ha participado activamente. Ha sido pionera en la decidida apuesta europeista en la que ahora participa toda España. A ustedes, las primeras generaciones que se han beneficiado abiertamente de ello, les toca seguir manteniendo a nuestro pais como uno de los motores de este proceso.

Les decía que Europa tiene delante de sí otro gran desafío, fundamental para garantizar su estabilidad y por tanto su seguridad: su ampliación. Un reto que comparte con la Alianza Atlántica.

Por razones de toda índole, incluidas las morales, no podemos seguir hablando de Europa cuando de hecho nos estamos refiriendo a media Europa.

Varsovia, Budapest o Praga, por poner tres ejemplos, son tan Europa como Barcelona, Paris o Amsterdam. Hablar de Europa tiene que significar hablar de Europa entera. Soy consciente de las dificultades, también para España, que este gran proyecto entraña.

Durante estos últimos años he sido testigo de excepción de la pasión de los ciudadanos de los países del Este y del Centro de Europa por formar parte de las instituciones europeas y euroatlánticas. Más de una vez he vibrado con ellos, con sus políticos, con sus universitarios, con sus jóvenes, recordando lo que para los españoles demócratas de ayer significaba el proyecto europeo.

No podemos defraudarles y para ello tendremos que superar no pocos retos. Ellos y nosotros. Los paises que llaman a las puertas de la Unión Europea suman aproximadamente 100 millones de habitantes. Su Producto Interior Bruto (PIB) es aproximadamente el de los Países Bajos, que tienen 15 millones de habitantes. He aqui, en pocas palabras la dimensión de la empresa.

Los esfuerzos que deberán realizar los actuales miembros de la UE en este proceso unificador no serán desdeñables. Las implicaciones en el presupuesto comunitario, con serios ajustes en las políticas de protección agraria y de equilibrio territorial, exigirán imaginación y generosidad. Pero, insisto, la empresa exige estar a la altura de las circunstancias.

Tenemos, por primera vez en décadas, la posibilidad de fraguar una Europa unida, estable, segura y sin líneas divisorias.

La misma voluntad de seguir siendo relevante y decisiva para la seguridad y estabilidad de Europa ha llevado a la otra institución a la que quiero referirme, la Alianza Atlántica, a emprender la más profunda reforma interna y externa de su casi medio siglo de existencia. La cumbre de Madrid de hace tres meses significó un impulso crucial a todas estas reformas, en una organizacion que tengo el honor y la responsabilidad de dirigir.

Salvaguardar la seguridad de sus miembros sigue siendo el objetivo primordial de la Alianza, su razón de ser. Pero no solo esto. La existencia de la Alianza ha sido clave para evitar la renacionalización de las políticas de defensa en Europa. La mejor garantía de seguridad estriba en que ningún pais sucumba a la tentación de renacionalizar su defensa.

A la misión tradicional de defensa mutua hemos añadido la proyeccion de estabilidad más allá de las fronteras de los países aliados. Esta nueva mision, hoy tan importante como las otras, nos permite participar en la gestión de las crisis en países de fuera de la Alianza.

En ningún lugar como en Bosnia la nueva OTAN es tan palpable.

Desde diciembre de 1995 una coalición para la paz de más de 30 países bajo mando aliado protagoniza un gran ejercicio de pacificación. Se trata, es bueno no olvidarlo, de la primera misión militar que realiza la Alianza, para llevar la paz, contribuir a la reconstrucción y ayudar en la reconciliación de un país devastado.

No exagero al decir que, para mí, Bosnia ha marcado los ultimos anos que he vivido. En verano de 1995, llegué a Sarajevo como Presidente del Consejo de Ministros de la Unión Europea, después de atravesar a tiros la zona contigua al aeropuerto. No podía yo imaginar que, pocos meses después, tendría la responsabilidad de dirigir la operación de pacificación de aquel querido pais. Me incorporé a mi despacho de Bruselas, ya como Secretario General, el mismo día en que el entonces Secretario General de la ONU, Butros Ghali, me traspasó la responsabilidad de la nueva misión. No lo olvidaré nunca. Era el 20 de diciembre de 1995 cuando Naciones Unidas nos pasó el testigo.

En los casi dos años de presencia masiva aliada, no hemos conseguido todos los objetivos. Hemos logrado parar la guerra y separar a los contendientes, a lo largo de una linea de demarcación que de ser recta cubriría la distancia que separa Bruselas de Kiev. Pero la paz no es solamente la ausencia de guerra. Es mucho más. La paz es tambien la reconstrucción del pais y, lo que es más importante, la reconciliación de sus habitantes. Una labor que, desgraciadamente, no puede imponerse, que requiere tiempo. Por ello es imprescindiblde que la comunidad internacional no abandone Bosnia, no deje el trabajo a medio acabar.

Ahora, nuestra principal tarea es que esa línea separadora se convierta en integradora. No va a ser facil.

Todavia en la actualidad, dos anos despues del final de la guerra, las minas antipersonas causan, cada mes, entre cincuenta y ochenta victimas. He aquí otro ejemplo de la barbarie con la que hay que acabar. Tenemos, asimismo, que asegurar el retorno de los refugiados, contribuir a reestructurar una policía democrática y colaborar en la puesta en marcha de las instituciones de gobierno democráticas, a todos los niveles.

Es por la todavía ingente tarea que debemos realizar en Bosnia por lo que digo que no podemos abandonarla a su suerte. Nuestro compromiso debe mantenerse. Este mensaje lo entenderán muy bien ustedes. Vuestra ciudad, vuestra comunidad autónoma no han escatimado, desde que el conflicto estalló en los Balcanes en 1991, ningún sacrificio en favor de la solidaridad con las víctimas de Bosnia. La generosidad mostrada en todo momento fue, sin duda, un ejemplo y un revulsivo para los políticos.

Una de las primeras y principales lecciones aprendidas de nuestra actuación en Bosnia es que no es posible cumplir nuevas misiones con viejas estructuras. Se requiere una estructura más flexible, más móvil y que ofrezca más posibilidades para involucrar a los países socios en la gestión de crisis.

Por ello es necesario adaptar las estructuras internas de la Alianza, para que pueda afrontar los retos de hoy, no los desafios de ayer. El objetivo es mejorar su eficacia pero al mismo tiempo introducir cambios que reflejen la dimensión europea en su seno.

Si Europa quiere convertirse en un actor estratégico, debe abordar la cuestión de la defensa. La antigua división de tareas por la que la OTAN se dedicaba a la seguridad de Europa, a través de la presencia norteamericana, y las instituciones europeas se centraban en la integración económica, ya no refleja ni la realidad transatlántica ni la voluntad de los europeos, ni de Estados Unidos.

Con esta personalidad europea, la nueva OTAN estará más en línea con las realidades políticas, económicas y militares de las próximas décadas.

Otro aspecto al que me querría referir es a la ampliación de la Alianza. Los mismos argumentos que he utilizado para la ampliación de la Unión Europea son válidos para justificar la apertura al Este de la Alianza: ampliar la zona de seguridad, borrar las líneas que han dividido Europa durante demasiados años.

Recuerdo un día en Varsovia con el presidente Alexander Kwaznievski, en una inolvidable comida en el mismo salón donde se firmó el Pacto de Varsovia, en que me argumentaba de manera sencilla su deseo de participar en la Alianza. Queremos formar parte de ella, me decía, por las mismas razones que sus miembros no la desean abandonar. Tenía razón. La frase era más impactante, si cabe, por ser pronunciada por el Presidente de un pais que en los últimos 300 anos ha vivido muy pocos con las fronteras estables. Hay que saldar las cuentas que la historia dejó pendientes hace décadas.

La apertura de la OTAN a nuevos miembros está teniendo un efecto positivo. Ante el incentivo que supone integrarse en Occidente, muchos países han emprendido reformas democráticas y han solventado viejas disputas bilaterales con sus vecinos. Hungría, Rumanía, Eslovaquia, Polonia, Ucrania, los Estados Bálticos y varios más han concluido acuerdos para superar enfrentamientos endémicos. En muchos casos, se trata de problemas de minorías, sin resolverse desde la primera Guerra Mundial, cuna de todas las inestabilidades de este siglo. Un acontecimiento extraordinario para la seguridad y estabilidad europea.

Permítanme que me adentre ya en uno de los aspectos de la reforma de la Alianza mas importantes y al que más tiempo dediqué a principios de este año: las nuevas relaciones entre la Alianza y Rusia.

La singularidad de Rusia, su peso específico y la urgente necesidad de abrir una nueva avenida para la cooperación y las relaciones bilaterales nos condujeron a una decisión política de la que estoy especialmente orgulloso y satisfecho.

Después de largas y a veces dramáticas sesiones de negociaciones, algunas públicas, otras no, pude concluir, en mayo pasado, con el ministro de Exteriores ruso, Evgueni Primakov, un importante acuerdo: el Acta Fundacional OTAN-Rusia.

Se trata, a mi entender, de una de las piezas determinantes en el desarrollo de unas relaciones distintas con Rusia, con la que pusimos fin a las consecuencias de Yalta y sellamos definitivamente el fin de la Guerra Fría.

La OTAN y Rusia están destinadas a cooperar. No tuve la menor duda de ello desde que en el invierno de 1996, viví una experiencia inolvidable en Bosnia, en el corredor de Posavina, cuando participé en una de las patrullas habituales que hacen en una de las zonas más conflictivas y peligrosas del país, codo a codo, soldados y oficiales de la Alianza con soldados y oficiales rusos.

¿Por qué si cooperábamos tan bien con los rusos en Bosnia no íbamos a poder hacerlo en otros ámbitos? Los aliados no cejamos en nuestros esfuerzos hasta lograr una respuesta satisfactoria a mi pregunta retórica. El convencimiento de que los adversarios de ayer son los socios de hoy, me inspiró durante la larguísima negociación con Primakov. Nunca, hasta que en mayo firmamos en Paris el Acta Fundacional, Rusia y la Alianza Atlántica habían acordado un mecanismo de cooperación bilateral como el que hemos puesto en pie ahora y que está basado en el respeto mutuo y el espíritu de cooperación.

Hace diez días celebramos la primera reunión ministerial del Consejo de Cooperación Permanente OTAN-Rusia, instrumento clave para nuestras nuevas relaciones bilaterales. Tuvo lugar en el sede de la ONU, en Nueva York, y en ella aprobamos un ambicioso programa de trabajo, que, si somos capaces de llevar a cabo, va a dar un vuelco a nuestras relaciones. Varias razones nos obligan a emprender esta vía y no abandonarla.

Tenemos intereses comunes en la estabilidad y la seguridad del Continente. Pero también tenemos la responsabilidad compartida de mejorar y hacer más eficaces los mecanismos para responder a las crisis, las inestabilidades, los conflictos étnicos y los imperativos humanitarios. El Consejo Permanente OTAN-Rusia nos permitirá debatir, tomar decisiones e incluso poner en marcha acciones conjuntas.

Sólo hace unos meses muchos observadores, anclados en posturas del pasado, estaban empecinados en hacernos elegir entre la ampliación de la OTAN y unas buenas relaciones con Rusia. Hoy sabemos que podíamos y debíamos hacer ambas cosas. La seguridad en Europa no es un ejercicio de suma cero: lo que algunos ganan en seguridad, otros lo pierden. No es cierto. Hemos demostrado que todos pueden ser ganadores en este ejercicio, en un esquema en el que todos los países puedan sentirse más seguros. He aquí un cambio en la historia de Europa.

Soy perfectamente consciente de que no estamos haciendo más que empezar y que podremos encontrar dificultades en el camino. Pero, sin duda, se puede afirmar que nunca en nuestro continente y sus aledaños se había configurado una estructura de seguridad portadora de tantas esperanzas. Desde esa perspectiva, nos adentramos en el siglo próximo, en circunstancias infinitamente mejores de aquellas en las que iniciamos el pasado.

No puedo acercarme al final de mi intervención sin afirmar claramente que nuestras relaciones con los socios de Europa Central y del Este no deben llevar a nadie a pensar que estamos descuidando otra zona importante para nuestra seguridad: el Mediterráneo.

Es imposible exagerar la importancia de lo que ocurra en el Mediterráneo para el resto de Europa. De ahí el porqué del diálogo y la cooperación que discreta pero decididamente hemos puesto en marcha con los países de la cuenca mediterránea. Europa no puede vivir a sus espaldas. En pocos lugares del Contiente existe una conciencia sobre la necesidad de abrir puentes de colaboración a través del mar común que nos separa como en Barcelona. Esta ciudad, no es necesario recordarlo, fue sede en 1995 de la Conferencia de Barcelona, de la Unión Europea, la iniciativa más importante que ha tenido lugar hasta ahora para lanzar una corriente de cooperación con los paises del Mediterraneo sur, que tuve el privilegio de presidir.

El diálogo mediterráneo de la Alianza es sólo un complemento a otros esfuerzos internacionales, entre los que destacan los liderados por la Unión Europea.

Voy a concluir. En estos nuevos procesos mundiales y europeos que he intentado esbozar a grandes rasgos, España y Cataluna tienen muchas oportunidades, si saben aprovecharlas.

Josep Pla, uno de los escritores catalanes mas importantes de este siglo, dijo en 1927 que no se sentia ni europeo ni universal, ya que estas palabras carecian de sentido para el. Estoy seguro de que Pla, que disfrazaba de localismo a un personaje cosmopolita y de los mas cultos de la literatura catalana, hoy, en el umbral del siglo XXI no repetiria estas palabras.

A principios de siglo ser universal o ser europeo podia implicar no ser de ningun sitio, como advertia Pla. En estos momentos, en el mundo cambiante en que nos encontramos, el universalismo y el europeismo son la unica apuesta viable.

El dialogo, la cooperacion, las relaciones equilibradas, los compromisos compartidos y la comunicacion intercultural son los cimientos necesarios para que una Europa distinta, un mundo distinto y unico sean tambien mas seguros y justos.

La inseguridad no proviene de la ficticia estabilidad que proporcionaban los bloques. Proviene de la desigualdad, se alimenta de la injusticia, se potencia con la discriminación, prende sus mechas en la irracionalidad étnica, en el racismo y en la xenofobia.

Afrontar esos problemas requiere, asimismo, reforzar nuestras convicciones éticas. Necesitamos, para construir el próximo milenio, unos valores firmes y firmemente arraigados, un compromiso inquebrantable con su defensa, y no solo una ética de situación, una conciencia del acontecimiento.

Por mi parte, alla donde me encuentre no voy a escatimar esfuerzos para contribuir, en la medida de todas mis posibilidades e influencia, en la consecución de la noble empresa que es una Europa y un mundo en paz y prosperidad.